domingo, 29 de enero de 2012

Breve historia desconocida: El gigante irlandés

Charles Byrne nació en 1761 en un pueblo de Tyrone (hoy, Irlanda del Norte) y creció de forma desmesurada. Era tan alto que encendía los cigarros en las lámparas de la calle, su estatura exacta es ha sido objeto de conjetura, aunque 2,31 metros parece la cifra más rigurosa y parce que su salud era frágil, y como otros tantos irlandeses emigró a los 21 años. Llegó a Londres con la idea de hacer fortuna, y terminó exhibiéndose como monstruo de feria en el museo Cox, de bestias humanas. Los periódicos rápidamente se hicieron eco de su presencia y, seguramente, hizo que John Hunter un coleccionista de anatomía le echara el ojo como objeto de interés anatómico. En Londres, el irlandés se hacía llamar por el nombre artístico de O'Brien, se dice que sucumbió al alcoholismo y debido a su delicado estado de salud falleció un año después de llegar (1783) a la por entonces capital del Imperio Británico, tenía entonces 22 años de edad.

El anatomista escocés John Hunter (1728-1793) adquirió su cuerpo por 130 libras de la época (150 euros), una considerable suma en aquel momento. Tuvo que tramar un complot para sobornar a los quienes iban a enterrarlo en el mar. Pues tras una durísima vida como monstruo de feria, se cuenta que con parte del dinero que ganó Byrne pagó a varios compinches para que, a su muerte, arrojasen su cuerpo en el mar.

Una vez con el cuerpo de nuestro protagonista, procedió a hervir el cadáver durante horas para desprender la carne de los huesos y quedarse con el esqueleto pelado. Hasta hoy en día su osamenta se alza armoniosamente urdida e inmaculadamente conservada junto al armazón óseo de un tal señor Jeffs, con quien comparte vitrina en el museo de los cirujanos. Jeffs, a diferencia de él, es de talla media y padeció otra dolencia ósea poco corriente. Charles Byrne llegó al Colegio de Cirujanos como parte de la colección del anatomista escocés John Hunter. Que una vez establecido en Londres, el pionero cirujano, reunió la mayor colección de piezas anatómicas de aquel momento.

En 1891, el científico Daniel Cunningham estudió la osamenta de Byrne y llegó a la conclusión de que era víctima de acromegalia. En 1909, el neurólogo estadounidense Harvey Cushing examinó la calavera de Byrne detectando que la fosa pituitaria en la que se encontraba la glándula que secretaba las hormonas era de un enorme tamaño y contenía un tumor, causa de la enfermedad. Esta secreción disparada de hormonas produce un crecimiento óseo que en los jóvenes tiende a hacer los huesos largos y en los adultos, anchos. La desproporción de las mandíbulas u otros huesos es uno más de los efectos de esta anomalía corporal. Su esqueleto aún se expone al público en el museo del Colegio de Cirujanos de Londres, donde aseguran que el estudio de su ADN ha sido fundamental para conocer la acromegalia o gigantismo.

En los últimos tiempo ha saltado la polémica pues un grupo de académicos británicos, a través de la revista British Medical Journal, ha pedido que se cumpla la última voluntad de Charles Byrne de que su esqueleto (lo único que queda del cuerpo) descanse en el fondo del mar de Irlanda.

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