martes, 8 de enero de 2013

Afganistán, el Congo euroasiático

La principal importancia del país centroasiático reside precisamente en su localización geográfica. Un eventual dominio militar en Afganistán y la conformación de un Gobierno a la medida de las necesidades de Washington, volcaría a su favor las posibilidades para ganar definitivamente el Gran Juego del petróleo (expresión que, no por haber sido acuñada en otro contexto histórico deja de ser útil).

Durante el siglo XIX, con la expresión “El Gran Juego” se designaba la confrontación de dos grandes potencias (o más) en torno al control de las Indias, la extensa colonia británica que, además de sus riquezas, ofrecía múltiples vías de acceso y expansión hacia el centro de Asia. Por más de 100 años, la Rusia zarista disputó a Gran Bretaña la joya asiática, hasta que en 1907 ambos imperios acordaron la división de las zonas de influencia, creando los británicos Afganistán como un estado tapón que contuviera las expansiones zarista en dirección a las costas del Índico y a los campos de petróleo de Persia. En la actualidad los protagonistas y el tesoro en disputa son casi los mismos. Ahora Estados Unidos, es la gran potencia de fines del siglo XX y comienzos del XXI, que intenta dejar fuera del negocio petrolero a los gigantes de Asia (Rusia y China) en una carrera geopolítica en la que son útiles las antiguas recetas expansionistas.

Aunque la prensa occidental habla con euforia del “descubrimiento” repentino del Oro Negro afgano, desligándolo de la invasión y la ocupación del país desde 2001. La realidad es que desde 1938, cuando los británicos construyeron las primeras refinerías en Irán y Arabia, ya existía conocimiento sobre los yacimientos petrolíferos en la región de Angut, al norte de Afganistán, que comenzaron a ser explotados en 1959 por los soviéticos, quienes construyeron el primer gasoducto del país que terminaba en Uzbekistán. Hasta el año 1966 se habían perforado otros 60 pozos en el suelo de las provincias de Herat y Helmand entre otras zonas. En la década de los 80, mientras EEUU armaba a los mercenarios liderados por Bin Laden y les llamaba “luchadores por la libertad”, en su lucha por desmantelar el gobierno socialista del doctor Nayibloha, su valedor, la URSS, proyectaba la construcción de una refinería capaz de producir un millón de toneladas de gas al año.

Con el colapso de la Unión Soviética en 1991, EEUU cambió de objetivos, aparte de impedir la reconstrucción del espacio post-soviético bajo el paraguas de Moscú o la creación de bases militares en la vecindad de China, Rusia e Irán; su nuevo objetivo era la construcción del gaseoducto transafgano TAPI (Turkmenistán, Afganistán, Pakistán, India), desde el mar Caspio al mar Arábigo, con el fin de llevarse el gas de Turkmenistán. Con su “doctrina de la seguridad colectiva”, santo y seña de sus guerras por los recursos, la OTAN no ha conseguido ninguno de los objetivos, ni siquiera con la ocupación directa del país en 2001, y sus 300 mil soldados y decenas de miles de mercenarios y contratistas.

Todas estas maniobras le ha costado a la Alianza, incluida la pérdida de unos 3000 soldados y gastar 6000 millones de dólares al mes desde entonces, darse cuenta de que no tiene nada que hacer en un patio trasero, perteneciente una vez a la URSS y que ahora es terrero de juego de China. De poco les sirvió el informe del Pentágono (2010) que situaba en un billón de dólares estadounidenses el valor de algunas reservas petrolíferas no explotadas de Afganistán. Porque ha sido la empresa china CNPC quien ganó el concurso de licitación (enero 2012)*, y firmó el mayor contrato de petróleo de la historia de Afganistán, para explotar los yacimientos de Amo Darya, y que incluye la construcción de la primera refinería del país. El Congreso de EEUU echaba humo. Duras críticas al Pentágono por su incapacidad para evitar el contrato y a Hamid Karzai por su “deslealtad”. Pero que muestra la realidad del país, el presidente Hamid Karzai y su Gobierno sólo controlan la capital y no mucho más del resto del país, que continúa siendo muy "inestable"

Tres meses después de la Conferencia de Tokio sobre Afganistán (julio de 2012) donde se alcanzó el acuerdo de los países de la OTAN para invertir otros 16.000 millones de dólares en infraestructuras, imprescindibles para empezar a explotar el crudo afgano. Pekín seguía moviendo sus fichas: por primera vez en 50 años, altos cargos de su gobierno visitaron Afganistán para consolidar la estrategia de reconstruir la vieja Ruta de la Seda, crear una extensa red de gasoductos con los países de centro Asía, y así garantizar su seguridad energética. En aquellas localidades que se encuentran bajo el control de los talibán, los chinos han conseguido su colaboración, previo pago tanto ellos o al gobierno de Pakistán, sus actuales valedores, mientras contratan personal local para trabajar, construyen clínicas, escuelas, viviendas, y llevan agua potable y electricidad a los pueblos de alrededor… presentándose como el “imperialista con rostro humano”.

Las rutas del Oro Negro

La realidad es que la economía de Estados Unidos no se mueve por el petróleo o el gas centroasiáticos. Las principales fuentes externas son Venezuela y Arabia Saudita, además del 15 por ciento del petróleo que procede de África, principalmente del "petróleo barato" encontrado en la excolonia española de Guinea Ecuatorial. El negocio que la Casa Blanca quiere asegurar a sus compañías está relacionado con la distribución y comercialización (a las grandes economías emergentes de la zona) del petróleo que se extrae del Mar Caspio, y de los países de Asia Central que hasta hace 20 años estaban bajo la influencia directa de la Unión Soviética.

Un dato a tener en cuenta, es que Asia Central está considerada la tercera región del mundo, en cuanto a reservas de hidrocarburos probadas. Estimaciones recientes indican que el Mar Caspio (principalmente en las costas de Irán, Kazajstán, Azerbaiyán, Turkmenistán y Rusia) contiene reservas de hasta 200 mil millones de barriles de petróleo, lo que alcanzaría para abastecer la demanda de energía en Estados Unidos durante los próximos 30 años. La región contaría además con casi el 50 por ciento de las reservas de gas natural del mundo. Además, en el desierto Karakum, de Turkmenistán, se encuentra la tercera reserva de gas más grande del globo, de aproximadamente 3 billones de metros cúbicos y seis mil millones de barriles en reservas de petróleo. Por su parte, Uzbekistán es calificado como el país con mejores perspectivas para la exportación de gas en los próximos años. Kazajstán, Tayikistán y Kirguistán también cuentan, fronteras adentro, con grandes campos de hidrocarburos que aún no han sido fuertemente explotados. Desde el punto de vista de Washington, el potencial energético de la región se vería más tentador si a ello se agrega la posibilidad de disminuir la influencia rusa con relación a sus vecinos. De hecho, es esto último uno de los objetivos manifiestos de la gestión Obama. Restar aliados a Moscú equivale a ganar el pulso por las rutas del petróleo.

La ruta directa del petróleo del Caspio con destino a Europa se inicia en Azerbaiyán, recorre territorio de Georgia y finalmente llega a Turquía, a través del oleoducto Bakú -Tiflis - Ceyhan -BTC-, este oleoducto fue propiciado por la administración Clinton, aprovechando las simpatías de los gobiernos implicados en la obra. Desde 2005, Rusia perdió el control exclusivo de la comercialización del petróleo del Caspio con Europa. Y es la principal causa del reciente conflicto entre las regiones de población rusa en Georgia. El acercamiento de Estados Unidos a los países centroasiáticos representa una seria amenaza para el Kremlin, que centra sus esfuerzos en voltear la situación.

Además de esto, el control sobre el país de los talibanes se traduce en una inmejorable ubicación de tropas estadounidenses en la frontera con dos de sus principales rivales, para un eventual ataque a Irán, uno de los tres países con mayores reservas de petróleo del mundo y la “mayor amenaza” para la estabilidad de Medio Oriente, y ejercería presión a China en su frontera más alejada, junto a la "rebelde" región del Tibet. Pero más importante es la solución que traería a las compañías petroleras estadounidenses diseminadas en Asia, que todavía no logran exportar del continente todos los hidrocarburos que pueden producir, al no disponer de rutas alternativas.

Con respecto a Irán, Estados Unidos aseguraría a sus corporaciones energéticas que operan en Medio Oriente un camino más seguro para transportar los hidrocarburos, evitando el paso de los buques petroleros por el Estrecho de Ormuz que controla Teherán. Si en el futuro Washington se asegura el corredor de suministros mencionado, y elimina el amplio abanico de la resistencia afgana, quedaría el camino abierto para que comiencen a concretarse los proyectos de construcción de oleoductos y gasoductos a través de Afganistán y Pakistán hacia Karachi. Esta ciudad es el centro comercial y financiero, donde se localiza el único puerto de escala apropiada para la eventual exportación de hidrocarburos provenientes del Caspio y de las vastas reservas del centro de Asia (Turkmenistán, Uzbekistán y otros). Así mismo India (una de las cinco economías más dinámicas del mundo) también podrían ampliar la lista de grandes compradores de la energía transportada hasta Afganistán-Pakistán, lo que disminuiría aún más el peso y la influencia de Rusia en el bloque de potencias del mundo.

Otros tesoros

A demás del oro negro, Afganistán tiene mucho más oro, mucho oro amarillo. De hecho, la compañía financiera JP Morgan Chase firmó con Karzai, en 2011*, un acuerdo por el valor de 40 millones de dólares, para hacerse con una de las minas de oro afgano. Quizás Horst Köhler, el expresidente de Alemania, pensaba en este metal cuando en 2010 sugirió que las tropas de su país están en Afganistán para proteger la economía alemana. Decirlo, le costó el cargo.

La existencia de toneladas de oro, diamantes, esmeraldas, cobre, hierro, uranio, y otros minerales (tales como tierras raras), que a día de hoy pone los dientes largos al Servicio Geológico de EEUU (USGS), ya habían sido documentado, hace un siglo, por las expediciones coloniales rusas y británicas. Más tarde, fueron los geólogos soviéticos los que realizaron un estudio minucioso sobre los tesoros afganos, aunque vuelve a ser China quien hoy se ha llevado el contrato de la mina de cobre de Aynak, la más grande de Eurasia, y posiblemente la segunda reserva mundial de cobre tras Chile, y cuyo valor asciende a 404 mil millones de dólares.

Medio centenar de empresas chinas ya trabajan en la minería afgana. Los indios también roban el mercado a otros competidores como Rusia o Turquía. Las minas milenarias conviven con las sembradas en los últimos años por las compañías estadounidenses, desfigurando la vida de la gente de esta tierra, cuya esperanza de vida que en 1984 era de 48 años, ha caído, tras doce años después de la promesa de liberación por los países “civilizados”, a 44 años.

Ha nacido otro Zaire, otro Congo, a la sombra del baile de buitres sobre los cuerpos de decenas de miles de afganos humillados, torturados, violados, secuestrados y asesinados, mientras los veinte millones de supervivientes siguen sin agua potable, sin luz, y paliando su dolor y hambre con opio, su cultivo se ha disparado de 200 toneladas en 2001 a 6.900 en 2009, según la ONU, gracia al beneplácito de los ocupantes, dejando cientos de millones de dólares de beneficio a los carteles internacionales, entre los que el mismo hermanastro del presidente Karzai levantó su fortuna hasta que fue asesinado en una lucha por el control de este suculento mercado.

Demasiados intereses en Afganistán para que EEUU y sus aliados abandonen el país, a menos que la presión de China y Rusia les corte la respiración.

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