Hace 233 años desapareció de la faz de la Tierra la llamada vaca marina de Steller, la mayor especie del orden de los sirenios -un grupo de mamíferos marinos que comprende a los manatíes y al dugong. Lamentablemente, la extinción le llegó a sólo 27 años de su hallazgo por el hombre, quien en corto tiempo selló su destino.
Corría noviembre de 1741 cuando el bergantín ruso Saint Peter que conducía expedicionarios comandados por Vitus Bering -un navegante danés al servicio de Rusia- naufragó entre la Península de Kamchatka y las islas Aleutianas. Con gran dificultad lograron alcanzar una isla que no figuraba en los mapas de navegación y más tarde denominada isla Bering, perteneciente al archipiélago de las Commander -por el comandante que las descubrió. A poco de alcanzar tierra, los maltrechos sobrevivientes -entre los que se encontraba el naturalista alemán Georg Wilhelm Steller como jefe científico- descubrieron gran cantidad de vida salvaje, entre la que se encontraba un enorme animal de nadar lento, que flotaba fácilmente y se acercaba mucho a la línea costera o llegaba a la playa con la marea alta. Se lo veía en pequeños grupos.
Un miembro de la tripulación del St. Peter -Sven Waxell- hizo el único dibujo que existe de la época del descubrimiento de la vaca marina. Tenía una cabeza pequeña con relación al resto del cuerpo -la décima parte del largo total- seguida por un cuello corto y un tronco robusto. Su piel oscura era áspera y gruesa como la corteza de los árboles y le permitía soportar el embate de las olas en las aguas bajas que frecuentaba. Se impulsaba con su aleta caudal -una cola aplanada con una muesca central. Pero, sin duda, el rasgo más distintivo resultaba ser la terminación roma de sus aletas pectorales -similares a un miembro amputado carente de falanges-, las que eran usadas para apartarse de las rocas o para ayudar a conducir la comida a la boca junto con sus labios. No tenía dientes funcionales, a diferencia de manatíes y dugongos. En su lugar aparecían unas placas córneas con las que trituraba las algas del género Macrocystis o kelp que constituían su alimento. No parecían bucear por mucho tiempo -alrededor de 5 minutos promedio- y debían salir a la superficie a respirar.
El largo máximo habría sido de 10 metros y su peso estimado entre las 4 y 10 toneladas, con lo cual se constituía en el mayor de todos los sirenios. Se la nombró científicamente Hidrodamalis gigas que significa "joven vaca gigante de agua". Su nombre común se le dio por su descubridor, Steller.
Al analizarlos internamente encontraron que sus pulmones eran grandes y el aparato digestivo estaba especializado, como se ve en los rumiantes. Bajo la piel se extendía una capa de grasa, con 7 a 10 cm de profundidad, como protección contra el frío y quizás reserva de energía. Durante el invierno, cuando el alimento escaseaba, el cuerpo de las vacas marinas se transformaba -consumían su grasa-, pudiéndose notar las costillas. Su cráneo difería del de los sirenios, ya que la parte superior -rostro- estaba levemente dirigido hacia arriba, posiblemente como adaptación para alimentarse de las partes superiores de los kelps que crecían hasta gran altura y a las que estos animales accedían fácilmente dada su gran flotabilidad.
Steller pudo observar, también, el comportamiento reproductivo de estos mamíferos marinos, aunque no un ciclo reproductivo completo, debido al corto tiempo que permanecieron en la isla -sólo 10 meses. Según consta en los escritos del científico, se apareaban en la primavera después de un cortejo largo y complejo y parecían ser monógamas. Al nacer la única cría, supuestamente en otoño, era asistida celosamente por los adultos.
Para mal de estos animales, diversas circunstancias las convirtieron en presa fácil de los hombres: eran abundantes en aguas bajas, se movían lentamente y mostraban el dorso al flotar en superficie cuando descansaban o comían, actividad esta última a la que dedicaban gran parte de su tiempo, sin prestar atención a lo que ocurría alrededor. Así, los sobrevivientes del barco ruso hundido las eligieron como alimento por su carne, a la cual encontraron tan sabrosa como el bife, una indispensable fuente de proteínas. Aún su grasa, decían, olía y gustaba como el aceite de almendras. También su gruesa piel tuvo uso: sirvió como cuero para cubrir los botes o hacer suelas para zapatos.
Fueron cazadas con ganchos de hierro sujetos a una larga soga para arrastrarlas luego a tierra donde eran descuartizadas. Un hecho asombraba a aquellos hombres: se veía un comportamiento de ayuda -epimelético- entre las vacas marinas de todas las edades, sobre todo cuando una de ellas era arponeada y los demás animales permanecían cerca o, más aún, intentaban liberarla.
Al año siguiente al hundimiento, la tripulación del Saint Peter consiguió armar con los restos de éste una pequeña embarcación. Bering murió en la isla, pero sus hombres regresaron a Kamchatka -su lugar de origen- donde contaron sobre la abundancia encontrada, incluyendo la de vacas marinas. Fue así como viajes posteriores de exploradores o cazadores fijaban en las islas paradas de abastecimiento o elegían pasar allí el crudo invierno, antes de continuar hacia un destino más lejano.
Al agotarse en las aguas de la isla Copper en 1754, continuaron explotándose en la de Bering hasta 1768, año en que la última vaca marina fue avistada. Lamentablemente, no existen esqueletos completos conservados.
A diferencia de los demás sirenios que se encuentran en aguas tropicales o subtropicales, estos animales se hallaban en las aguas frías costeras, aunque en épocas remotas habrían habitado las frías aguas de Pacífico norte -desde Japón a Baja California- según consignan los restos fósiles allí encontrados. Su gran superficie corporal con relación al volumen, y una gruesa piel y grasa para conservar el calor fueron las adaptaciones favorables a dicho hábitat.
En 1754, un ingeniero en minas enviado a la isla Copper en busca de cobre alertó acerca de la desaparición de las vacas marinas de Steller en esa isla y al año siguiente efectuó una petición formal ante las autoridades para que dejaran de ser cazadas. Sin embargo, fue desoído.
La pequeña población de vacas marinas habría sido de 2.000 individuos, según cálculos del naturalista Stejneger -biógrafo de Steller. Este hecho, junto a un reducido rango de distribución y una baja tasa de reproducción, fueron algunos de los factores que coadyuvaron a su extinción. Pero, sin duda, el proceso se aceleró al interponerse en su camino una especie clave: el Homo sapiens.
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