Este mineral es fundamental para las industrias de aparatos electrónicos, centrales atómicas y espaciales, misiles balísticos, vídeojuegos, aparatos de diagnóstico médico no invasivos, trenes magnéticos, fibra óptica, etc.. Sin embargo el 60 % de su producción se destina a la elaboración de los condensadores y otras partes de los teléfonos celulares. El coltan permite que uno de los sueños occidentales se haga realidad, con él las baterías de los minicelulares de bolsillo mantienen por más tiempo su carga, ya que los microchips de nueva generación que con él se elaboran optimizan el consumo de corriente eléctrica. En un principio fue usado para los filamentos de las bombillas, pero posteriormente fue reemplazado por el tugsteno más barato y accesible, y llegó un momento que parecía condenado al olvido.
Sin embargo en las últimas décadas el coltan se ha convertirlo en mercancía de gran valor. Mucho más cuando se produjo el boom comercial de los teléfonos móviles, 500.000 inundaron el mercado en el 2000. Desde unos años antes, sin embargo, el colombio-tantalio que era extraído en Brasil, Australia y Tailandia había empezado a escasear. La multinacional japonesa Sony, por ejemplo, tuvo que aplazar el lanzamiento del juguete preferido de los niños occidentales, PlayStation 2, debido a la falta de coltan. El gran aumento de la demanda en los último años hizo establecer un mercado ilegal paralelo en África central. El resultado de esta nueva “fuerza del mercado” fueron 3 millones de muertos en apenas cuatro años.
A finales del siglo XX en África, la devaluación del precio de los productos agrícolas, y la desertificación, provocaron una fuerte revalorización de sus recursos mineros. Y fue allí donde pusieron sus ojos, sobretodo en los últimos diez años, las grandes multinacionales: Nokia, Ericksonn, Siemens, Sony, Bayer, Intel, Hitachi, IBM y muchas otras. Se han constituido en la zona toda una serie de empresas (muchas de ellas fantasmas) asociadas entre los grandes capitales transnacionales, los gobiernos locales y las fuerzas militares (estatales o guerrilleras) para la extracción del coltan y de otros minerales como el cobre, el oro y los diamantes industriales. Las grandes marcas comenzaron la disputa por el control de la región a través de sus aliados autóctonos.
El germen de esta historia comienza en 1997 Mobutu Sese Seko, presidente de la República Democrática del Congo, con una estrecha relación con los capitales imperialistas de origen francés, fue derrocado.Paul Kagame, actual presidente de Ruanda, (que estudió en centros militares de EE.UU. e Inglaterra), y Yoweri Museveni, presidente de Uganda, (país considerado por Washington, un ejemplo para las naciones africanas), lideraron la conquista de la capital de la RDC, Kinshasa, y pusieron el país en manos de un amigo, Laurent Kabila. En un nuevo reparto de concesiones mineras, dispusieron para varias empresas, entre las cuales figuraban Barrick Gold Corporation, de Canadá, la American Mineral Fields (en la que Bush padre tenía intereses) y la sudafricana Anglo-American Corporation, todo ello en desmedro de las antiguas empresas concesionarias francesas.
En los años transcurridos desde aquella fecha, disputaron esta contienda no informada dos bandos, no demasiado estrictos. Por un lado, se encontraban Ruanda, Uganda y Burundi, apoyados por los EE.UU., solventados por créditos del FMI y el Banco Mundial, y ligados a varias milicias “rebeldes” con nombres exóticos (Movimiento de Liberación del Congo, Coalición Congoleña para la Democracia); y en el otro, la RDC (liderada por uno de los hijos de Kabila, posteriormente a la muerte de su padre, asesinado por ruandeses), Angola, Namibia, Zimbabue y Chad y las milicias (hutus y maji-maji). En 1999 se establecieron las líneas divisorias entre las fuerzas opuestas, en el Acuerdo de Lusaka, una suerte (de carácter provisional) de reparto del territorio, a la usanza de la Conferencia de Berlín de 1885, donde las potencias europeas se distribuyeron el continente para facilitar el saqueo y explotación . Una de las posibilidades futuras es, entonces, la partición de la RDC.
Si bien, todas estas naciones se disputaban el control del territorio, desde otra perspectiva eran las propias corporaciones las que se estaban repartiendo la región. Se fueron creado empresas mixtas con este fin, la más importante de las cuáles fue SOMIGL (Sociedad Minera de los Grandes Lagos) que estaba integrada por tres sociedades: la Africom (belga), la Promeco (ruandesa) y la Cogecom (sudafricana). Todas las licencias para la compra-venta del coltan fueron suprimidas a fines del 2000. Las fuerzas militares ruandesas ligadas a la SOMIGL lograron de esta manera evitar el “gasto” de intermediarios, controlando el monopolio de la comercialización del coltan. Sus camiones y helicópteros hacían el traslado interno. Poseían sus propias compañías de transporte propiedad de parientes cercanos a los presidentes de Ruanda y Uganda. Utilizaban los aeropuertos de Kigali y Entebe entre otros. En estas verdaderas zonas militares las compañías aéreas privadas (una de las cuales Sabena de origen belga, está asociada a American Airlines) importan armas y se llevan minerales.
La mayor parte del coltan extraído (tras pasar por una etapa de especulación, siendo almacenado hasta conseguir subir los precios) tiene como destino los EE.UU., Alemania, Bélgica y Kazajstán. La filial de Bayer, Starck, es la productora del 50% del tantalio en polvo a nivel mundial. Con el tráfico y la elaboración están vinculadas decenas de empresas, con participación en grandes corporaciones monopólicas de diversos países. Naturalmente “una entidad financiera, creada en 1996 con sede en la capital de Ruanda , Kigali, el Banco de Comercio, Desarrollo e Industria (BCDI) y que ejerce de corresponsal del CITIBANK en la zona , mueve fuertes sumas de dinero procedente de las operaciones relacionadas con coltan, oro y diamantes” .
Habría que destacar llegados a este punto, que para mantener este negocio, se relacionan estrechamente los grandes capitales monopólicos de las grandes potencias con los poderes y capitales locales, a través de las formas típicas del capital imperialista: asociaciones monopolistas de comercio, industria y bancos y la vinculación entre empresas privadas, estados y familiares del gobierno. No se trata pues, de malas personas y gobernantes corruptos, estamos ante mecanismos arquetípicos del Imperialismo. A modo un ejemplo: “Eagle Wings Resources (EWR) es una joint-venture (empresa de riego compartido) entre la americana Trinitech y la holandesa Chemi Pharmacie Holland. El representante local de EWR en la capital de Ruanda es Alfred Rwigema, el cuñado del presidente Paul Kagame. La ONU acusa al presidente ruandés de jugar un papel motor en la explotación de los recursos naturales de la RDC”.
Las grandes empresas financian, por supuesto, a las distintas fuerzas militares, que montadas en los preexistentes conflictos interétnicos, sostienen una guerra por el control de las minas, en la que en el periodo comprendido de 2000-2004 murieron entre 2,5 y 3 millones de personas. Ruanda y Uganda diseminó unos 40.000 soldados, que cuentan con los mejores equipos, en los Parques Nacionales de la RDC, donde se hallan las reservas. Según declaró Kofi Annan: “la guerra del Congo se libra por el control de sus riquezas naturales”. En un informe del IPIS (investigación del Servicio de información para la Paz internacional independiente) se demuestra que las sociedades europeas y norteamericanas que comercian con el coltan contribuyen a la financiación de la guerra. Tienen un gran interés en que continúe la “inseguridad” para permanecer en el Congo a través de las tropas guerrilleras.
En las minas aluvionales trabajan diariamente más de 20.000 mineros, bajo un sistema represivo organizado por las fuerzas militares y los poderes locales. Estas pagan a los trabajadores unos diez dólares por kilo de coltan (que en el mercado de Londres cotiza alrededor de 250-300 dólares). La fuerza de trabajo aquí utilizada está compuesta fundamentalmente por ex campesinos y ganaderos (una vez que se devaluara la producción agrícola congoleña para la exportación de algodón y otros productos), que se alejan por largos períodos de sus comunidades y familias, refugiados, prisioneros de guerra (sobretodo hutus) a los que se les promete una reducción de la condena, además de miles de niños de la región, cuyos cuerpos pequeños pueden fácilmente adentrarse en las minas a ras de tierra. El reclutamiento de esta mano de obra opera en una doble dimensión, mercantil y coercitiva, en un doble mercado de trabajo. Las zonas mineras y las zonas de operación militar terminan por confundirse. Las migraciones frecuentes desde otras regiones de hambruna (entre 5 000 y 10 000 personas por año) son, muchas veces, definitivas, si observamos el número de muertos. Las poblaciones vecinas reclutadas a trabajar y trasladadas por la fuerza, sirven de cantera de mano de obra para esta empresa; hostigadas por grupos armados han abandonado sus residencias o se han convertido en mineros. Estos trabajadores extraen coltan de sol a sol, y duermen y se alimentan en la selva montañosa de la zona. Se reproducen en las comunidades y en la selva por sus propios medios, alimentándose de elefantes y gorilas autóctonos, mientras las guerrillas comercializan cueros y marfil.
En un análisis económico: el capital, por lo tanto, no se encarga de la totalidad de la reproducción de esta fuerza de trabajo, que además de aportar en la producción de plusvalía (del coltan), aporta una especie de renta en trabajo metamorfoseada. Superexplotación: los mineros dan valor al coltán con su trabajo, pagan un tributo al estado local y además trabajan para conseguir los medios de supervivencia, alimento y refugio. Superbeneficio para el capital invertido que obtiene tasas de ganancia exorbitantes, realizadas con el sustento indispensable de la represión y el trabajo forzado. Como es tradicional en África, el racismo, la xenofobia y la ideología discriminatoria en general, son esenciales para el funcionamiento de este doble mercado de trabajo (asalariado y forzado). Aquí se nota específicamente los conflictos interétnicos: son reclutados en especial los pigmeos y los hutus. El trabajo forzado fue abolido por ley tras la independencia, en la mayoría de los países africanos, pero como está sostenido en las particulares relaciones de poder y de obediencia al jefe local, continua existiendo. Los funcionarios de los estados locales asumieron históricamente funciones de policía. Cuando los campesinos o los niños no acuden a las minas por el simple atractivo de los dólares, allí está la compulsión estatal-policial como forma alternativa de reclutamiento. Mercado y fuerza no son aquí contradictorios. Las multinacionales no han necesitado aquí muchos planes de modernización, se benefician de la fuerza de trabajo casi gratuita, un ejército industrial de reserva que vive en una pauperización absoluta en muchos casos. Esto, como es evidente, limita las posibilidades de desarrollo de un mercado interno y de una burguesía industrial local. Sólo quedan para ésta el control del comercio ilegal de armas y materias primas.
La patronal de las grandes empresas, los gobiernos de la región y los organismos internacionales “explotando la contradicción de la superexplotación” pretenden jugar el rol de mediadores entre los semiesclavizados trabajadores y las bandas militares xenófobas. La ONU propone un embargo provisorio de la mercadería. Se celebró una fantochada de acuerdo de Paz entre Kagame y Kabila. ¿Quién fue el intermediario? El vicepresidente de Sudáfrica, país capitalista de primer orden, de donde provienen muchos de los capitales que explotan las minas congoleñas. Se regularán quizás, es decir, se legalizarán, las relaciones de explotación. Pero la masacre continua.
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